A finales del 2019 apareció este álbum neerlandés que hubiera creído perfectamente editado en 1996 por su estética y sonoridades. Ya desde esa portada con aires a los clásicos dibujos que utilizaban Burzum y compañía nos preparamos para un asalto de rudo Black Metal de los años 90.
Efectivamente, tras la casi infaltable intro atmosférica de rigor, da comienzo a un Black Metal de pretendidas facciones toscas y ásperas en el que los ritmos pueden cabalgar con la potencia de los blast-beats de batería tan frecuentes en el género. Pero, no obstante, los temas se vuelcan más en los medios tiempos crujidores de huesos que realzan toda la herrumbre de las hirsutas guitarras.
Todo esto suena un poco a la herencia de Darkthrone en grupos como Judas Iscariot, aunque el músico que perpetró este disco en solitario va más allá a la manera de Infernum, Satyricon o los primeros Behemoth cuando tocaban Black Metal al insertar líneas de teclados que realmente encajan muy bien en esos antes mencionados ritmos de mortecinas pasiones. No se enreda mucho en buscar complejidades sinfónicas y para nada toca ese plano barroco de otros grupos, se queda en los límites de los primerizos trabajos de Emperor y Dimmu Borgir con esa muy efectiva atmósfera que acompaña a las guitarras zumbantes y las voces macabras con ronco tono rasposo.
En su más de medio hora de duración contamos con ocho temas, algo que se nos presenta razonable, pero hay que tener en cuenta que cuatro de ellos son intro, outro y dos instrumentales, quedándonos al final solamente cuatro canciones propiamente dichas. Esto puede hacer que se nos quede algo escaso, pero al menos esos cuatro temas son muy disfrutables si te gustan estos sonidos noventeros con producción a juego.
Como siempre digo, esto no te aportará nada si no te gusta este tipo de trabajos y te parecerá un disco más. Pero como seas muy seguidor de este Black Metal crudo bien surtido de teclados oscuros... no tardes en probarlo.
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