En uno de los comentarios del blog ya avisé de que volvería a comentar algún otro disco de Graveland tras haber hecho lo propio con su debut “Carpathian Wolves”, y esta vez escojo su cuarto disco de 1998 en el que el lado más épico de las composiciones comenzó a campar a sus anchas.
Antes de volverse una banda muy orientada al Pagan-Viking de claro sello Bathory, todavía conservaba este disco el Black Metal de sus inicios aunque no fuese ya tanto el rudo estilo noruego a lo Darkthrone o Satyricon.
Aparte de la intro y la outro, de sonido muy batallador, tenemos tan sólo dos canciones, pero de considerable longitud (veintitrés y dieciséis minutos respectivamente) en las que las baterías son de dominante lentitud para mayor efecto épico junto a la mencionada duración de los temas, aunque en momentos aislados la velocidad incrementa como sin un reposado guerrero te recordase su naturaleza letal para atemorizarte. Por su parte, las guitarras se unen al tono general deseado con melodías de considerable epicidad cayendo de la producción cascada y mohosa de los riffs, porque no debemos olvidar que se trata de un disco noventero repleto de aromas añejos.
Aunque Rob Darken siempre fue muy crítico con las bandas sinfónicas, lo cierto es que él mismo tiene buen gusto usando los teclados, y no son pocos los momentos en que relucen con el misticismo de esa portada tan druídica rodeada de ceremoniosos guerreros tan respetuosos con su culto como salvajes con el enemigo. Las ambientaciones más prominentes tienen un aire de banda sonora que no pasa desapercibido para los amantes de producciones cinematográficas llenas de batallas y honores inmortales, incluyendo además samples como viento, campanadas y demás, y alguna melodía casi folklórica por parte del teclado.
Algunos coros de voz limpia redondean esas atmósferas paganas, si bien la voz al mando es la hosca rasgada de Darken que parece de un obeso y malhumorado sapo gigante.
No es que esto vaya a ser tipo Summoning o Falkenbach, es más austero, pero igualmente imbuido de paganismo y espíritu épico que marcó el estilo de muchas bandas polacas e incluso de otras extranjeras como Woodtemple.
Antes de volverse una banda muy orientada al Pagan-Viking de claro sello Bathory, todavía conservaba este disco el Black Metal de sus inicios aunque no fuese ya tanto el rudo estilo noruego a lo Darkthrone o Satyricon.
Aparte de la intro y la outro, de sonido muy batallador, tenemos tan sólo dos canciones, pero de considerable longitud (veintitrés y dieciséis minutos respectivamente) en las que las baterías son de dominante lentitud para mayor efecto épico junto a la mencionada duración de los temas, aunque en momentos aislados la velocidad incrementa como sin un reposado guerrero te recordase su naturaleza letal para atemorizarte. Por su parte, las guitarras se unen al tono general deseado con melodías de considerable epicidad cayendo de la producción cascada y mohosa de los riffs, porque no debemos olvidar que se trata de un disco noventero repleto de aromas añejos.
Aunque Rob Darken siempre fue muy crítico con las bandas sinfónicas, lo cierto es que él mismo tiene buen gusto usando los teclados, y no son pocos los momentos en que relucen con el misticismo de esa portada tan druídica rodeada de ceremoniosos guerreros tan respetuosos con su culto como salvajes con el enemigo. Las ambientaciones más prominentes tienen un aire de banda sonora que no pasa desapercibido para los amantes de producciones cinematográficas llenas de batallas y honores inmortales, incluyendo además samples como viento, campanadas y demás, y alguna melodía casi folklórica por parte del teclado.
Algunos coros de voz limpia redondean esas atmósferas paganas, si bien la voz al mando es la hosca rasgada de Darken que parece de un obeso y malhumorado sapo gigante.
No es que esto vaya a ser tipo Summoning o Falkenbach, es más austero, pero igualmente imbuido de paganismo y espíritu épico que marcó el estilo de muchas bandas polacas e incluso de otras extranjeras como Woodtemple.
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