Satyricon, Negura Bunget, Enslaved, Abigor, Emperor… Todos fueron cambiando con los años por derroteros más modernos, más progresivos algunos, más bizarros otros, unos siendo aún buenos mientras que otros se echan a perder; y todos tienen en común un pasado con unos primeros discos que son auténticas joyas mugrosas de corpse-paint y atmósfera oscura.
Aquí tenemos el caso de estos polacos que se convirtieron en estrellas del Death Metal, pero antes de esos sonidos técnicos y calculados con disfraces de World of Warcraft, tenemos sus inicios blackers con sonidos crudos y atmosféricos y disfraces de nigromantes (es impagable ver a Nergal con corpse-paint y pinchos).
Corría el año 1995 cuando salió este debut de una ciénaga polaca. A diferencia de su posterior “Grom” (reseñado en este blog), donde había bastante ferocidad, en este primer disco eran más oscuramente paganos y se decantaban más por la sutil unión de crudeza con ambientaciones lúgubres.
Las guitarras zumban bajo la cadaverina producción noventera, mientras que Nergal desgarra esa bruma gritando con la voz más podrida y rasposa que jamás ha mostrado. Por su parte, la batería maneja tanto los ritmos feroces del Black Metal como otros más pausados y paganos, que se ven alimentados por unas frecuentes acústicas que crean pura magia al solaparse con las guitarras al igual que los teclados, que suelen consistir en unos discretos órganos en segundo plano. Al mencionar las acústicas, no puedo evitar recordar la instrumental acústica “Hell dwells in ice”, sencillamente cautivadora.
Las guitarras zumban bajo la cadaverina producción noventera, mientras que Nergal desgarra esa bruma gritando con la voz más podrida y rasposa que jamás ha mostrado. Por su parte, la batería maneja tanto los ritmos feroces del Black Metal como otros más pausados y paganos, que se ven alimentados por unas frecuentes acústicas que crean pura magia al solaparse con las guitarras al igual que los teclados, que suelen consistir en unos discretos órganos en segundo plano. Al mencionar las acústicas, no puedo evitar recordar la instrumental acústica “Hell dwells in ice”, sencillamente cautivadora.
Para quien los conozca por su sonido actual de Death Metal, le será más que curioso encontrarse con un disco donde sólo se ven dos músicos (siendo Nergal el único que queda) ataviados a lo blacker y con un artwork de paganismo eslavo, que por algo el álbum lleva por nombre al dios eslavo de cuatro cabezas. Y para quien, además, disfrute de lo viejo de Satyricon y Abigor, aquí tiene otra bocanada de esencia noventera.
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